Tuesday, February 10, 2015

Visión ortodoxa de la evolución parte 1/2 ( padre San Serafín Rose )




Visión de la Ortodoxia sobre la evolución



Bienaventurado padre San Serafín Rose

Desarrollo, no evolución

Quiero dejarte muy claro: no rechazo el hecho de cambio y desarrollo en la naturaleza. Que un hombre formado crece a partir de un embrión; que un gran árbol crece a partir una pequeña semilla; que se desarrollan nuevas variedades de organismos, incluso las “razas” del hombre o de diferentes gatos y perros y los frutos de los árboles, no lo niego, pero todo esto no es evolución: sólo es una variación “dentro” de una definida especie; esto no prueba o ni siquiera sugiere que una clase o especie se transforme en otra y que todas las criaturas presentes sean el producto de tal desarrollo de uno o varios organismos primitivos. Creo que esta es, claramente, la enseñanza de San Basilio el Grande en su Hexaemeron, como indicaré ahora. Ningún “evolucionista” o “anti-evolucionista”, rechazará que las propiedades de las criaturas puedan cambiar, pero no es una prueba de evolución a no ser que se pueda demostrar que un género o especie puedan ser cambiados a otros, e incluso que cualquier especie se transforme en otra, en una cadena ininterrumpida que regrese al organismo más primitivo.



Voy a mostrar a continuación lo que San Basilio dice sobre este tema. En su homilía V del Hexaemeron, San Basilio escribe: ¿cómo produce la tierra granos según la especie, ya que a menudo, cuando tenemos sembrado buen trigo, recogemos trigo ennegrecido? Mas esto no es un cambio de especie, es una simple alteración, o algo así como una enfermedad del grano, que no deja de ser trigo, sino que siendo quemado se ennegrece como lo enseña el nombre mismo. Este pasaje parecería indicar que San Basilio reconoce alguna especie de cambio en el trigo que no es un “cambio de especie”. Esta clase de cambio no es evolución.



De nuevo, escribe San Basilio (Hexaemeron V): Algunas personas han observado que los pinos cortados e incluso quemados se transforman en madera de encina. Esta cita se ha utilizado para mostrar que San Basilio creía: 1. que un tipo de criatura normalmente cambia a otra (pero mostraré a continuación lo que San Basilio enseña generalmente sobre este tema); y 2. que San Basilio cometió errores científicos, ya que esta afirmación es falsa. Aquí, afirmaría una verdad elemental: la ciencia moderna, cuando se trata de hechos elementales, en efecto, suele saber más que los santos padres, y los santos padres pueden cometer fácilmente errores en los hechos científicos; no son hechos científicos lo que buscamos en los santos padres, sino la verdadera teología y la verdadera filosofía que está basada en la teología. Sin embargo, en este caso particular sucede que San Basilio es científicamente exacto, ya que a menudo, de hecho, sucede que en un bosque de pinos hay un gran crecimiento de encinas, y cuando el pino se elimina por la quema, la encina crece rápidamente y produce el cambio de un bosque de pino a uno de encinas en 10 o 15 años. Esto no es evolución sino una forma diferente de cambio, y ahora veremos que San Basilio no podía haber creído que el pino se transformara o se convirtiera en una encina.



Veamos ahora lo que San Basilio creía acerca de la “evolución” o “fijeza” de especies. Escribe: Es, pues, verdad que cada creación tiene un grano o una virtud que hace las veces de forma de reproducción. Y he aquí el sentido de estas palabras: según su especie. El retoño de la caña no es propio a producir un olivo, sino que una caña nace de una caña, como de un grano nace una creación conforme a aquella de la que proviene. Así lo que salió de la tierra en la primera creación, se conservó hasta este día, porque cada especie subsiste reproduciéndose en una sucesión ininterrumpida. (Hexaemeron V).



De nuevo escribe San Basilio: Así, el movimiento impreso en la naturaleza de los seres por un solo mandato de Dios se hace sentir igualmente en las criaturas en su generación y en su alteración, y conserva y conservará hasta el fin la sucesión de las especies siempre iguales. Este movimiento hace suceder un caballo a otro caballo, un león a otro león, un águila a otra águila, y por las sucesiones ininterrumpidas hace pasar cada animal de siglo en siglo hasta la consumación. Ningún tiempo destruye ni borra las propiedades de los animales, en los que la naturaleza permanece siempre nueva en el transcurso de los años como si fuera reciente. (Hexaemeron IX)



Parece bastante claro que San Basilio no creía que un tipo de criatura se transformara en otra, ni mucho menos que cualquier criatura existente evolucionara a partir de otra criatura, y así sucesivamente hasta los organismos más primitivos. Esta es una idea filosófica moderna.



Debo decir que no considero esta cuestión como de especial importancia en sí misma; me referiré a continuación a otras más importantes. Si fuera realmente un hecho científico el que una criatura se transformara en otra, no tendría dificultad en creerlo, puesto que Dios puede hacer cualquier cosa, y las transformaciones y los cambios que puedo ver ahora en la naturaleza (un embrión convertirse en un hombre, una bellota convertirse en un roble, una oruga convertirse en una mariposa) son tan asombrosos que podría fácilmente creer que cualquiera de las especies evolucionara en otra. Pero no hay ninguna prueba científica concluyente de que tal cosa haya ocurrido, y mucho menos que esta sea la ley del universo, y todo lo que ahora tiene vida derive básicamente de algún organismo primitivo. Los santos padres claramente no creían en dicha teoría, puesto que la teoría de la evolución no fue ideada hasta tiempos modernos. Es un producto de la mentalidad occidental moderna, y esta teoría se desarrolló con el transcurso de la filosofía moderna desde Descartes en adelante, mucho antes de que hubiera ninguna prueba científica para demostrarlo. La idea de la evolución está totalmente ausente en el texto del Génesis, según el cual, cada criatura se genera “según su especie”, y no que “una cambie a otra”. Y los santos padres aceptaron el texto del Génesis simplemente, sin leer en él ninguna teoría científica o alegoría.



Ahora entenderéis porqué no acepto vuestras citas de San Gregorio de Nisa sobre el “ascenso de la naturaleza desde lo más insignificante hasta lo perfecto”, como una prueba de la evolución. Creo, como lo refiere la sagrada Escritura del Génesis, que había una creación ordenada por pasos, pero en ningún lugar del Génesis o en los escritos de San Gregorio de Nisa se describe que una especie de criatura sea transformada en otra especie, y que todas las criaturas llegaran a ser de esa forma. Estoy muy en desacuerdo contigo cuando dices: “La creación es descrita en el primer capítulo del Génesis exactamente como lo describe la ciencia moderna”. Creo que te estás equivocando porque, según los santos padres, la ciencia moderna no puede llegar a ningún conocimiento de los seis días de la creación. En cualquier caso, es muy arbitrario identificar los estratos geológicos con los “periodos de la creación”. Hay numerosas dificultades en la forma de esta ingenua correspondencia entre el Génesis y la ciencia. ¿Cree realmente la ciencia moderna que la hierba y los árboles de la tierra existieron en un período geológico anterior a la existencia del sol, que fue creado sólo en el cuarto día? Creo que nuestra interpretación de la Santa Escritura no debería estar ligada a ninguna teoría científica, ni “evolutiva”, ni ninguna otra. Más bien, aceptemos la Santa Escritura como nos la enseñan los santos padres, y no miremos ninguna especulación acerca de la forma de la creación. La doctrina de la evolución es una especulación moderna acerca de la forma de la creación, y en muchos aspectos, está en completa contradicción con la enseñanza de los santos padres.



Por supuesto, acepto vuestras citas de San Gregorio de Nisa y ciertamente no negaré que nuestra naturaleza sea en parte una naturaleza animal, ni que estemos ligados a toda la creación, pues de hecho es una maravillosa unidad. Pero todo esto no tiene nada que ver con la doctrina de la evolución en relación a la formación de todas las criaturas existentes en la actualidad o de otras criaturas primitivas por medio de un proceso de transformación de una especie a otra. El mismo San Gregorio de Nisa no creía explícitamente en nada como la moderna doctrina de la evolución, pues enseña que el primer hombre, Adán, fue de hecho creado directamente por Dios y no fue generado como todos los demás hombres. En su libro “Contra Eunomio”, escribe:



“El primer hombre, y el hombre nacido de él, recibió su ser de forma diferente; el último, por copulación, el primero, de la formación del mismo Cristo, y sin embargo, aunque se creía que eran dos, son inseparables en la definición de su ser, y no son considerados como dos seres diferentes… La idea de humanidad en Adán y Abel no varía con la diferencia de su origen, ni el orden ni la forma de su llegada a la existencia crea ninguna diferencia en su naturaleza” (I, 34).



Y de nuevo: “Lo que razona, y es mortal, y es capaz de pensar y adquirir conocimiento, es llamado ‘hombre’ igualmente en el caso de Adán y Abel, y este nombre de naturaleza no se altera, ni por el hecho de que Abel existiera por generación, ni por el hecho de que Adán lo hiciera sin generación”.



Por supuesto, estoy de acuerdo con la enseñanza de San Atanasio que citas, de que “el primer hombre creado fue hecho del polvo como todos, y la mano que entonces creó a Adán, crea ahora también y siempre a los que han venido después de él”. ¿Cómo puede alguien negar esta obvia verdad de la continua actividad creadora de Dios? Pues esta verdad general no contradice la verdad específica de que el primer hombre fue hecho de forma diferente a los demás hombres, como otros padres también enseñan claramente. San Cirilo de Jerusalén llama a Adán “el primer hombre creado por Dios”, pero a Caín lo llama “el primer nacido del hombre”. De nuevo enseña claramente, discutiendo la creación de Adán, que Adán no fue concebido de ningún cuerpo: “Que los cuerpos deban ser concebidos por cuerpos, incluso siendo tan maravilloso, es sin embargo posible; pero que el barro de la tierra deba convertirse en un hombre, esto es más maravilloso”.



Y San Juan Damasceno, cuya teología da concisamente la enseñanza de todos los padres antiguos, escribe: “La primitiva formación del hombre es llamada ‘creación’ y no ‘generación’. Pues la ‘creación’ es la formación original de manos de Dios, mientras que ‘generación’ es la sucesión de cada uno de los otros hecha necesaria por la sentencia de muerte impuesta sobre nosotros a causa de la transgresión”.



¿Y sobre Eva? ¿No crees que, como enseñan las Santas Escrituras y los santos padres, fue formada de la costilla de Adán y que no nació de cualquier otra criatura? Pues San Cirilo escribe: “Eva fue engendrada de Adán, y no concebida de una madre, sino que fue formada sólo del hombre”.



Y San Juan Damasceno, comparando a la santísima Theotokos con Eva, escribe: “Del mismo modo que la última fue formada a partir de Adán sin conexión, así también la primera dio a luz al nuevo Adán, que fue concebido de acuerdo con las leyes del parto y por encima de la naturaleza de la generación”.



Sería posible citar a otros santos padres sobre este tema, pero aún no he llegado a las cuestiones más importantes planteadas por la teoría de la evolución, y por eso debo ahora volver a algunas de ellas.





“Evolucionismo ortodoxo” y enseñanza patrística





En lo que he escrito sobre Adán y Eva, notarás que he citado santos padres que interpretan el texto del Génesis de una forma que podría llamarse más bien ‘literal’. ¿Estoy en lo cierto al suponer que te gustaría interpretar el texto de forma más ‘alegórica’ cuando dices que creer en la inmediata creación de Adán por Dios es “una concepción muy limitada de las Santas Escrituras”? Este es un punto extremadamente importante, y estoy verdaderamente asombrado de ver que los “evolucionistas ortodoxos” no conocen para nada cómo interpretan los santos padres el libro del Génesis. Estoy seguro de que estarás de acuerdo conmigo en que no somos libres de interpretar la Santa Escritura como nos apetece, sino que debemos interpretarlas como nos la enseñan los santos padres. Temo que no todos los que hablan sobre el Génesis y la evolución ponen atención a este principio. Creo firmemente que la perspectiva mundial y la filosofía de vida para un cristiano ortodoxo debe ser encontrada en los santos padres; si escuchamos sus enseñanzas, no nos perderemos.



Y ahora te ido que examines conmigo la cuestión más importante y fundamental: ¿cómo nos enseñan los santos padres a interpretar el libro del Génesis? No podemos hacer nada mejor que comenzar con San Basilio el Grande, que escribió tan inspiradamente sobre los Seis Días de la Creación. En el Hexaemeron, escribe:



“Los que no admiten los sentidos más simples de la Escritura, no ven el agua como agua, sino como un ser de otro género. Explican, según su imaginación, que pueda ser pez o planta. La creación de los reptiles y las bestias salvajes la interpretan según el sistema que adopten, según el principio que se propongan, al igual que los intérpretes de los sueños explican los sueños de la noche. Según yo, cuando leo hierba, entiendo hierba; planta, pez, bestia salvaje, animal doméstico, tomo todo esto como está escrito, “pues no me avergüenzo del Evangelio” (Romanos 1:16). Los físicos que han tratado sobre el mundo, han hablado mucho de la figura de la tierra, han examinado si es una esfera o un cilindro, si se asemeja a un disco y si es redonda por todas partes, o si tiene la forma de un harnero y si está hueca en el centro; pues tales son las ideas que han tenido los filósofos y por las cuales han combatido unos contra otros; según yo, no me llevaré a despreciar nuestra formación del mundo, porque el siervo de Dios, Moisés, no habló de la figura de la tierra, ni ha dicho que tiene una circunferencia de ciento ochenta mil estadios, porque no midió el espacio del aire en el que se extiende la sombra de la tierra cuando el sol abandona el horizonte, porque no ha explicado cómo esta misma sombra, acercándose a la luna, causa los eclipses. ¡Qué! Puesto que la Escritura se silencia con relación a conocimientos que nos son inútiles, ¿preferiría yo una sabiduría insensata a los oráculos del Espíritu Santo? ¿No glorificaría más bien al que no ha ocupado nuestro espíritu en vanos temas, sino que ha hecho escribir todo para la edificación y para la perfección de nuestras almas? Estos parecen no haber comprendido a los que, tomando de su imaginación sentidos desviados y alegóricos, han querido revelar la simplicidad de la Escritura dándole un aire más augusto. Pero demuestran querer ser más hábiles que el Espíritu Santo mismo, y bajo pretexto de explicar sus oráculos, no dan más que sus propias ideas. Que las cosas sean, pues, entendidas como están escritas”. (Hexaemeron IX, 1)



Claramente, San Basilio nos advierte para que tengamos cuidado con justificar las cosas del Génesis que son difíciles de entender para nuestro sentido común; es muy fácil para el hombre moderno “iluminado” hacer esto, incluso si es un cristiano ortodoxo. Por tanto intentemos todo lo posible por entender las Sagradas Escrituras como las entendían los santos padres, y no según nuestra moderna “sabiduría”. Y no nos satisfagamos con las opiniones de un santo padre; examinemos también las opiniones de otros santos padres.



Uno de los comentarios patrísticos estándar del libro del Génesis es el de San Efrén el Sirio. Sus opiniones son muy importantes para nosotros pues era un habitante de Oriente y conocía la lengua hebrea. Los eruditos modernos nos dicen que los “orientales” son muy dados a interpretaciones alegóricas, y que el libro del Génesis igualmente debe ser entendido de esta forma. Pero veamos lo que dice San Efrén en su comentario sobre el Génesis:



“Nadie debería pensar que la creación de los seis días sea una alegoría; es igualmente inadmisible decir que lo que parece, según el relato, haber sido creado en el transcurso de los seis días, fuera creado en un solo instante, y que igualmente ciertos nombres expuestos en este relazo ni siquiera significan nada, o significan algo más. Por el contrario, debemos saber que así como el cielo y la tierra que fueron creados en el principio son realmente el cielo y la tierra y no otra cosa entendida bajo los nombres de cielo y tierra, así también todo lo que es dicho sobre lo creado y ordenado tras la creación del cielo y la tierra no son nombres vacíos, pues la misma esencia de las naturalezas creadas corresponde a la fuerza de estos nombres” (Comentario sobre el Génesis, cap. 1).



Estos siguen siendo, por supuesto, los principios generales; veamos ahora algunas aplicaciones específicas de San Efrén en estos principios:



“Aun cuando la luz y las nubes fueron creadas en un abrir y cerrar de ojos, aún así el día y la noche del primer día continuaban teniendo 12 horas cada uno” (Comentario sobre el Génesis, cap. 1).



Y de nuevo: “Cuando en un abrir y cerrar de ojos la costilla (de Adán) fue tomada e igualmente en un instante la carne volvió a su sitio, y la costilla desnuda tomó la forma completa de una hermosa mujer, entonces Dios la llevó y se la presentó a Adán” (Comentario sobre el Génesis, cap. 1).



Está muy claro que San Efrén lee el libro del Génesis “como fue escrito”; cuando escucha “la costilla de Adán”, entiende “la costilla de Adán”, y no entiende esto como una forma alegórica de decir algo más en conjunto. Del mismo modo muy explícitamente entiende los seis días de la creación como seis días, cada uno con 24 horas, los cuales divide en una “tarde” y una mañana” de 12 horas cada una.



He tomado deliberadamente el simple comentario de San Efrén sobre el libro del Génesis antes de citar otros comentarios más “místicos”, porque tal simple comprensión del libro del Génesis anteriormente citada ofende a todas las modernas mentes “iluminadas”. Sospecho que muchos ortodoxos, no demasiado versados en los santos padres, inmediatamente dirán: “¡Esto es demasiado simple!. Ahora sabemos mucho más. Dadnos santos padres que sean más profundos”. ¡Ay, no hay padres “más profundos” para nuestra sabiduría moderna, porque incluso los padres más místicos entienden el texto del libro del Génesis justo como San Efrén el Sirio!. Los que desean encontrar una mayor complejidad en los escritos de los santos padres están influenciados por las ideas occidentales modernas, que son totalmente ajenas a los santos padres de la Iglesia Ortodoxa.



Ahora veamos concretamente la cuestión de la “duración” de los seis días de la creación. Creo que esta cuestión es secundaria para los que se plantean la teoría de la evolución, pero sería mejor para nosotros aprender lo que piensan los padres de esto, particularmente puesto que aquí empezamos a darnos cuenta de la gran diferencia que existe entre la teoría patrística y la teoría occidental moderna de la creación. Independientemente de cómo veamos esto, estos “días” están totalmente fuera de nuestra comprensión, puesto que sólo conocemos los “días” mortales de nuestro mundo caído; ¡cómo podemos incluso imaginar aquellos “días” en los que el poder creador de Dios obraba tan poderosamente! El bienaventurado Agustín lo dice muy bien: “Es muy difícil, e incluso imposible para nosotros, imaginar cómo fueron aquellos días”.



Los santos padres mismos no decían demasiado sobre este tema porque, indudablemente, no era un problema para ellos. Es básicamente un problema para el hombre moderno, que intenta entender la creación de Dios por medio de las leyes de la naturaleza de nuestro mundo caído. Aparentemente, los santos padres aceptaban el hecho de que la duración de los días no diferían de nuestros propios días familiares, mientras que algunos de ellos incluso indicaban que su duración era de 24 horas, como lo mencionaba San Efrén el Sirio. Pero hay algo en aquellos días que es extremadamente importante que entendamos, y que se refiere a lo que has escrito concerniente a la “instantaneidad” de la creación de Dios.



Me escribes: “Cuando Dios creó el tiempo, el crear algo ‘instantáneamente’ sería un acto contrario a su propia decisión y voluntad… Cuando hablamos sobre la creación de las estrellas, las plantas, los animales y el hombre, no hablamos de milagros, no hablamos sobre las extraordinarias intervenciones de Dios en la creación, sino sobre el curso ‘natural’ de la creación”. Me pregunto si no estás sustituyendo aquí alguna “sabiduría moderna” por las enseñanzas de los santos padres. ¿Qué es el principio de todas las cosas, sino un milagro? Ya te he mostrado que San Gregorio de Nisa, San Cirilo de Jerusalén, San Gregorio el Teólogo y San Juan Damasceno (y de hecho todos los padres) enseñan que el primer hombre, Adán, apareció de una forma diferente a la generación natural de todos los demás hombres; del mismo modo, las primeras criaturas, según el sagrado texto del Génesis, aparecieron de forma diferente a todos sus descendientes: aparecieron, no por una generación natural, sino por la palabra de Dios. La teoría moderna de la evolución niega esto, porque fue inventada por incrédulos que deseaban negar la acción de Dios en la creación y explicar la creación sólo por un sentido “natural”. ¿No ves que la filosofía está detrás de la teoría de la evolución?





La enseñanza patrística sobre la evolución





¿Qué dicen los santos padres sobre esto? Ya he citado a San Efrén el Sirio, cuyo comentario sobre el Génesis describe cómo todos los hechos creadores de Dios se llevan a cabo en un instante, aunque todos los “días” de la creación duran 24 horas cada uno. Veamos ahora lo que dice San Basilio el Grande sobre las obras creadoras de Dios en los seis días.



Hablando del tercer día de la creación, San Basilio dice: “Por esta palabra se vio aparecer una inmensa cantidad de bosques espesos, se vio surgir todos los árboles, ya sean los que son altos por naturaleza, los pinos, los abetos, los cedros, los cipreses y otros, ya sean los que sirven para las coronas, los rosales, los mirtos, los laureles, ya sean todas las especies de arbustos. Todos los árboles que no habían aparecido aún sobre la tierra tomaron el ser en un instante” (Hexaemeron V, 6).



Y de nuevo dice: “Brote la tierra. Estas pocas palabras hicieron al instante una naturaleza universal y un arte maravilloso que, más rápidamente que el pensamiento, hicieron nacer una infinidad de productos diversos” (Hexaemeron V, 10). Y de nuevo, sobre el quinto día: “Un mandato del Señor fue dicho, y enseguida los ríos tuvieron la virtud de producir; los lagos hicieron nacer los seres que les son naturales” (Hexaemeron VII, 1).



Del mismo modo, San Juan Crisóstomo, en su comentario sobre el Génesis, enseña: “Y hoy pasando al elemento de las aguas, nos enseña que por su palabra y su mandamiento ellas produjeron animales vivos; dice: Pululen las aguas multitud de seres vivientes; y vuelen aves sobre la tierra debajo del firmamento del cielo (Génesis 1:20). ¡Qué palabra, os pregunto, podría contar dignamente este prodigio!¡y qué lengua bastaría para alabar esta obra de un Dios creador! Había dicho solamente: “Brote la tierra hierba verde” (Génesis 1:11), y de repente la tierra fue cubierta con los más ricos productos; y hoy dice: “Pululen las aguas multitud de seres vivientes” (Génesis 1:20). Pero al igual que a su primer mandato: brote la tierra, la tierra había hecho crecer las plantas y las flores, las cosechas y todos los otros productos tan variados y tan numerosos; así, en su segundo mandato: pululen las aguas multitud de seres vivientes, y vuelen aves sobre la tierra debajo del firmamento del cielo, se vio aparecer a los peces y los pájaros en tan gran número que no se los podría contar.” (Homilías sobre el Génesis, Homilía 7, 3)



Aquí reitero: creo que en la mayoría de los casos la ciencia moderna sabe más que San Basilio el Grande, San Juan Crisóstomo, San Efrén el Sirio y otros padres, concerniente a las características del pez y hechos específicos similares; nadie negará esto. Pero, ¿quién sabe más con respecto a los que Dios creó: la ciencia moderna, que no está segura de si existe Dios, y en cualquier caso, intenta explicarlo todo sin Él, o estos padres divinamente inspirados? Cuando dices que Dios no crea instantáneamente, entonces creo que planteas la enseñanza de la “sabiduría” contemporánea y no la enseñanza de los santos padres.



Por supuesto, en cierto sentido, la creación de Dios no es una obra instantánea, pero incluso aquí los santos padres son muy precisos en sus enseñanzas. He citado a San Efrén el Sirio, que dijo: “Es igualmente intolerable decir que algo fue creado instantáneamente pues, según las Escrituras, fue creado en el transcurso de los seis días”.



Así, San Gregorio el Teólogo, afirmando, como lo hizo San Efrén, que la creación no fue “instantánea”, enseña: “Por lo tanto, los días de la creación son contados como si fueran el primero, segundo, tercero y así sucesivamente hasta el séptimo día, y con estos días está dividido todo lo que ha sido creado y puesto en movimiento por leyes indescriptibles, y lo producido instantáneamente por el Todopoderoso Verbo, para quien pensar y hablar ya significa cumplir en hecho. Si el hombre, que fue honrado siendo hecho por Dios a su imagen, fue el último en aparecer en el mundo, esto no es para nada asombroso; a causa de él, como para un rey, fue necesario preparar una regia morada, y sólo entonces conducir a ella al rey, acompañado por todas las demás criaturas”.



Y San Juan Crisóstomo enseña: “Pues su mano era demasiado poderosa, y su sabiduría demasiado infinita como para acabar la creación en un solo y mismo día. ¿Qué digo? ¡En un día! Un solo instante le bastaba; pero ya que no pudo, no teniendo necesidad de nada, crear el mundo para su propia utilidad, hay que decir que produjo tantas criaturas solamente por su extrema bondad. Y es, incluso, esta misma bondad, la que le llevó a producir solamente estas creaciones en forma sucesiva, y a hacernos conocer, por nuestro santo profeta, el orden y la consecución de sus obras…” (Homilías sobre el Génesis III, 3). Pero, ya que el hombre sobrepasa en dignidad a todas las creaciones, ¿por qué ha sido creado el último? Ciertamente, con razón. Pues cuando un rey debe entrar en una ciudad, envía en primer lugar a sus guardias y a sus oficiales, para que dispongan el palacio para su llegada. Y de igual modo, el Señor, que debía establecer al hombre como rey y soberano del universo, quiso en principio ornarlo y embellecerlo, y después creó al hombre al cuál dio el imperio del mundo. (Homilías sobre el Génesis VIII, 2).



Así, la enseñanza patrística nos enseña claramente que Dios, aunque muy capaz de crear todo instantáneamente, prefirió crear en etapas de creciente perfección, no siendo cumplida cada etapa en un instante, ni en el curso de un indefinidamente largo periodo de tiempo, sino entre estos dos extremos, específicamente en seis días.



En sus comentarios sobre el libro del Génesis, San Efrén el Sirio y San Juan Crisóstomo miran claramente sobre la creación de Dios como la obra de los seis días regulares, en cada uno de los cuales Dios crea “inmediatamente” e “instantáneamente”. De esta forma, San Basilio el Grande, contrariamente a la opinión ampliamente aceptada de los evolucionistas cristianos, que se refiere a las obras de la creación de Dios de forma inmediata y repentina, creyendo que la duración de los seis días debía de haber constado de 24 horas cada uno, dice con relación al primer día: “Y hubo tarde y hubo mañana: primer día. ¿Por qué el sagrado escribano no dice el primer día, sino el día? Ya que debía hablar del segundo, del tercero, y del cuarto día, hubiera sido más natural llamar primero al día que precedía a aquellos que debían seguir. Pero dijo el día, sin duda determinando la medida del día y de la noche, y reuniendo el tiempo de uno y de otro, el cual está formado por veinticuatro horas que componen el espacio de un día. Así, aunque entre un solsticio y el equinoccio, el día sea más largo que la noche o la noche sea más larga que el día, sin embargo el espacio de los dos está encerrado en un tiempo marcado. Es, pues, como si Moisés hubiese dicho: La medida de veinticuatro horas es el espacio de un día; o, el movimiento del cielo y su regreso al signo del que ha partido, forman un día” (Hexaemeron II, 8).



Como ya he dicho, no creo que esta cuestión sea de vital importancia examinando los problemas de la evolución; sin embargo, es un elocuente testimonio para la influencia de la filosofía moderna en los evolucionistas cristianos, que no pueden esperar para reinterpretar estos seis días a fin de no parecer ilusos a los ojos de los “sabios” de este mundo, que han demostrado “científicamente” que, sin importar cómo ocurrió la creación, tuvo lugar hace millones de años. De gran importancia es el hecho de que estos evolucionistas cristianos tienen un tiempo difícil para creer en los seis días de la creación, que no presentó problemas a los santos padres, pues los evolucionistas no entienden qué sucedió precisamente en esos seis días: creen que tuvo lugar un lento proceso natural de desarrollo, de acuerdo con las leyes de nuestro decadente mundo; de hecho, según los santos padres, la naturaleza del primer mundo creado era totalmente diferente al nuestro, como mostraré a continuación.



Vamos a examinar con mayor detalle otro comentario patrístico sobre el libro del Génesis, que pertenece a San Juan Crisóstomo. Ten en cuenta que no cito padres poco conocidos o sospechosos, sino a los mismos pilares de la ortodoxia, que presentan nuestra enseñanza ortodoxa con la mayor claridad y santidad. En estos escritos de San Juan no encontramos tampoco ninguna “alegoría”, sino una interpretación muy estricta del texto que se ha escrito. Al igual que otros padres, habla de Adán habiendo sido creado literalmente del polvo, y Eva, literalmente de la costilla de Adán.



Escribe: “Pero, si los enemigos de la verdad persisten en sostener que negándolo no pueden producir nada, dirijámosles esta pregunta: ¿el primer hombre fue formado de la tierra o de toda otra materia? De la tierra, responderemos unánimemente. ¡Que nos dicen, pues, cómo la carne del hombre ha podido formarse de la tierra! La amasamos para formar ladrillos, tejas y jarras; pero, ¿es así como el hombre fue formado? ¿Y cómo de una sola y misma materia, sacar tantas sustancias diversas: los huesos, los nervios y las arterias, la carne, la piel, las uñas y los cabellos? Aquí, ellos no sabrían dar ninguna respuesta favorable.” (Homilías sobre el Génesis II, 4). Y de nuevo escribe el Crisóstomo: “Dice la Escritura: De la costilla que el Señor Dios había tomado del hombre, formó una mujer. ¡Ah! ¿por qué no hablar de este segundo milagro? Pues decidme primeramente, ¿cómo quitó Dios esta costilla, y cómo no sintió el hombre ningún dolor? No dice: Dios compuso, sino ‘formó’, porque tomó una porción de una carne ya formada, y no hizo más que aumentarla; Dios formó, pues, a la mujer, no por el acto de una nueva creación, sino quitándole a Adán una porción de carne y produciendo de esta débil porción un ser completo en todas sus partes. Cuán grande es, pues, el poder del Creador que, con tan poca materia, formó los miembros dulces y elegantes de la mujer, y produjo este ser perfecto” (Homilías sobre el Génesis XV, 2, 3).



Si lo deseas, puedo citar muchos otros pasajes de esta obra, lo cual demuestra que San Juan Crisóstomo (¿pues no es él el principal intérprete ortodoxo de la Sagrada Escritura?) en todo interpreta el texto sagrado del Génesis como fue escrito, creyendo que no era otra cosa más que una serpiente actual (por medio de la cual hablaba el demonio) la que tentó a nuestros primeros padres en el paraíso, que Dios condujo realmente a todos los animales ante Adán para que los nombrada, y “los nombres que Adán les dio permanecen incluso hasta nuestros días” (Pero según la doctrina evolutiva, muchos animales se extinguieron en el tiempo de Adán [¿debemos creer que Adán no dio nombre a “todas las bestias” (Génesis 2:19), sino solo al remanente de estas?].



San Juan Crisóstomo dice, cuando habla de los ríos del paraíso: “Pero es posible que aquí, los que no quieren hablar más que desde su propia sabiduría sostengan que estos ríos no eran verdaderos ríos, ni sus aguas, verdaderas aguas. Dejémosles recrear estos sueños a los auditores que les prestan un oído demasiado crédulo; y para nosotros, rechacemos a tales hombres, y no añadamos ninguna fe a sus palabras. Pues debemos creer firmemente todo lo que contienen las divinas Escrituras y, uniéndonos al verdadero sentido, imprimiremos en nuestras almas la sana y verdadera doctrina.” (Homilías sobre el Génesis XIII, 4).



¿Es necesario citar más a este divino padre? Al igual que San Basilio y San Efrén, nos advierte: “Por eso os conjuro a cerrar el oído a todos esos discursos seductores, y a no escuchar la Escritura más que como la conforman los santos cánones. Pues no podemos, sin gran peligro para nosotros y nuestros auditores, preferir sus propias interpretaciones en vez del sentido verdadero y real de las divinas Escrituras.” (Homilías sobre el Génesis XIII, 3).



Antes de continuar voy a responder brevemente a una objeción que he escuchado de los que defienden la evolución: dicen que si alguien lee toda la Escritura “como está escrita”, cualquiera se hará ridículo. Dicen que si debemos creer que Adán fue realmente hecho del polvo y que Eva fue creada de una costilla de Adán, entonces, ¿no debemos creer que Dios tiene “manos”, que “anda” en el paraíso, y otros absurdos? Tal objeción no podría ser hecha por nadie que haya leído un solo comentario de los santos padres sobre el libro del Génesis. Todos los santos padres distinguen entre lo que se dice acerca de la creación, que debe ser tomado “como está escrito”, y lo que es dicho sobre Dios, que debe ser entendido, como San Juan Crisóstomo dice repetidamente: “de forma que complazca a Dios”. Por ejemplo, San Juan Crisóstomo escribe: “Así, cuando nos dice que Dios plantó al oriente del Edén un jardín de delicias, dad a esta palabra, mis queridos hermanos, un sentido digno de Dios, y creed que por el mandato del Señor se formó un jardín en el lugar que la Escritura designa.” (Homilías sobre el Génesis XIII, 3).



San Juan Damasceno describe explícitamente la interpretación alegórica del paraíso como parte de una herejía, la de los origenistas. Pero entonces, ¿qué hemos de entender de estos santos padres de profunda vida espiritual que interpretan el libro del Génesis y otras Santas Escrituras en un sentido espiritual o místico? Si no hubiéramos llegado tan lejos en la comprensión patrística de la Escritura, esto no presentaría ningún problema para nosotros. El mismo texto de la Santa Escritura es verdad “como está escrito” y también tiene una interpretación espiritual. He aquí lo que el gran padre del desierto, San Macario el Grande, dice: “Que el paraíso fuera cerrado y que un querubín fuera dispuesto para prevenir al hombre la entrada en él con una espada de fuego, de esto creemos que de forma visible se trataba de lo que estaba escrito, y al mismo tiempo vemos que esto ocurre místicamente en toda alma” (Siete Homilías IV, 5).



Y aquí tenemos otro ejemplo de lo mismo. El divino Gregorio el Teólogo, en su Homilía sobre la Teofanía, escribe concerniente al árbol del conocimiento: “El árbol era, según mi opinión, la contemplación, en el que sólo están seguros los que ha alcanzado la madurez del hábito para entrar”. Esta es una profunda interpretación espiritual, de la que nuestros maestros académicos podrían decir que San Gregorio “alegoriza” completamente la historia de Adán y el paraíso. Pero ahora voy a presentar una interpretación de las palabras de San Gregorio el Teólogo según un gran padre que vivió mil años después de él: San Gregorio Palamás, arzobispo de Tesalónica. Contra San Gregorio Palamás y otros padres hesicastas que enseñaron la verdadera doctrina ortodoxa de la “luz increada del Monte Tabor”, se alzó el racionalista occidental Barlaam. Aprovechando el hecho de que San Máximo el Confesor en un pasaje llamó a esta luz de la Transfiguración un “símbolo de teología”, Barlaam enseñó que esta luz no era una manifestación de la divinidad, no “literalmente” una luz divina, sino sólo un “símbolo” de ella. Esto condujo a San Gregorio Palamás a hacer una réplica que se ilumina para nosotros en la relación entre la interpretación “simbólica” y “literal” de la Sagrada Escritura, especialmente con relación al pasaje de San Gregorio el Teólogo que he citado anteriormente. Él escribe que Barlaam y otros, “no ven que Máximo, sabio en temas divinos, ha llamado a la luz de la Transfiguración del Señor ‘un símbolo de teología’ solo por analogía. En la teología, que usa analogías y tiene la intención de elevarnos, los objetos que tienen una existencia propia se convierten también en símbolos espirituales, y en este sentido es en el que Máximo llama a esta luz un “símbolo… Del mismo modo, San Gregorio el Teólogo llamó al árbol de la ciencia del bien y del mal “la contemplación”, habiéndola considerado en su contemplación como un símbolo de esta contemplación que está destinada a elevarnos; pero no procede que lo que sea envuelto es una ilusión sin existencia en sí misma. Pues el divino Máximo también hace de Moisés el símbolo del juicio, y a Elías, el símbolo de la visión. ¿También, entonces, se supone que no han existido realmente, sino que han sido inventados ‘simbólicamente’?” (Tríadas II, 3:21-23).



Así, la interpretación patrística del libro del génesis hace bastante imposible armonizar el relato del Génesis con la teoría de la evolución, que requiere una interpretación enteramente “alegórica” del texto en muchos lugares en los que la interpretación patrística no permitiría esto. La doctrina de que Adán fue creado, no del polvo, sino por la evolución de alguna otra criatura, es una nueva enseñanza que es enteramente ajena al cristianismo ortodoxo.



En este punto, el “evolucionista ortodoxo” podría tratar de salvar su posición al intentar decir que ahora sabemos más que los santos padres acerca de la naturaleza y que, por tanto, realmente se podría interpretar el libro del Génesis mejor que lo hicieron ellos. Pero incluso el “evolucionista ortodoxo” sabe que el libro del Génesis no es un tratado científico, sino una obra de inspiración divina de cosmogonía y teología. La interpretación de la Escritura divinamente inspirada es claramente el trabajo de los teólogos portadores de Dios, no de los científicos naturalistas. Es cierto que en el libro del Génesis se exponen muchos “hechos” de la naturaleza. Pero debe tenerse muy en cuenta que estos hechos no son hechos, como podemos observar ahora, sino un tipo totalmente especial de hechos: la creación del cielo y la tierra, de los animales y las plantas, y del primer hombre. Ya he señalado que los santos padres enseñan claramente que la creación del primer hombre, Adán, por ejemplo, es muy diferente a la generación de los hombres de hoy; es sólo lo último lo que la ciencia puede observar y sobre la creación de Adán sólo ofrece especulaciones filosóficas, no conocimiento científico.



Según los santos padres, es posible para nosotros conocer algo de este primer mundo creado, pero este conocimiento no es accesible a la ciencia natural. Discutiré esta cuestión más adelante.





El estado de la naturaleza antes y después de la caída



Ahora llego por fin a dos importantes cuestiones que se plantean en la teoría de la evolución: la naturaleza del primer mundo creado, y la naturaleza del primer hombre creado, Adán.



Creo que expresas correctamente la enseñanza patrística cuando dices: “Los animales se corrompieron por causa del hombre, y la ley de la selva es una consecuencia de la caída del hombre”. También estoy de acuerdo contigo, como ya he dicho, en que el hombre, en su lado corporal, se une y es una parte orgánica de la totalidad de la creación visible, y esto ayuda a que sea comprensible cómo toda la creación cayera con él en la muerte y la corrupción. ¡Pero piensas que esto es una prueba de evolución, una prueba de que el cuerpo del hombre evolucionó de alguna otra criatura! Seguramente, si este es el caso, los padres inspirados por Dios habrían sabido esto, y no habríamos tenido que esperar a los filósofos ateos de los siglos XVIII y XIX para descubrir esto y contárnoslo!



No, los santos padres creían que toda la creación cayó con Adán, pero no creían que Adán “evolucionó” de alguna otra criatura; ¿por qué debería creer de forma diferente a los santos padres?



Ahora voy a un punto muy importante. Preguntas: “¿Cómo es que la caída de Adán trajo la corrupción y la ley de la jungla a los animales, ya que los animales fueron creados antes que Adán? Sabemos que los animales murieron, mataron y se devoraron unos a otros desde su primera aparición sobre la tierra y no solo después de la aparición del hombre”. ¿Cómo sabes esto? ¿Estás seguro de que esto es lo que los santos padres enseñan? Explicas tu punto de vista sin citar a ninguno de los santos padres, sino dando una filosofía del “tiempo”. Ciertamente estoy de acuerdo contigo en que Dios está fuera del tiempo; para Él todo es presente. Pero este hecho no es una prueba de que los animales, que murieron a causa de Adán, murieran antes de que él cayera. ¿Qué dicen los santos padres?



Hay un indicio muy significativo sobre esto en el comentario sobre el Génesis de San Efrén el Sirio. Cuando habla de las “pieles” que Dios hizo para Adán y Eva después de su transgresión, San Efrén escribe: “Se podría suponer que los primeros padres, tocando sus cinturas con sus manos vieron que estaban vestidos con vestiduras hechas de pieles de animales muertos, puede ser, ante sus propios ojos, para que pudieran comer su carne, cubrir su desnudez con sus pieles, y en la muerte de estos pudieran ver la muerte de su propio cuerpo”.



Discutiré más adelante la enseñanza patrística de la inmortalidad de Adán antes de su transgresión, pero aquí sólo estoy interesado en la cuestión de si los animales murieron antes de la caída. ¿Por qué sugeriría San Efrén que Adán debería aprender sobre la muerte viendo la muerte de los animales, si ya había visto la muerte de los animales antes de la transgresión (que ciertamente había visto según el punto de vista evolutivo)? Pero esto es sólo una sugerencia; hay otros padres que hablan más claramente sobre este tema, como mostraré en breve.



Pero primero debo preguntarte: si es cierto, como dices, que los animales murieron y la creación estaba corrompida antes de la transgresión de Adán, entonces ¿cómo es que Dios veía su creación después de cada uno de los Días de la Creación y “vio que era bueno”, y tras haber creado a los animales en el quinto y sexto días “vio que eran buenos”, y al final del sexto día, tras la creación del hombre “Dios vio todo lo que había creado, y he aquí que era muy bueno”? ¿Cómo podía ser “bueno” si era mortal y corruptible, contrario al plan de Dios para ellos? Los divinos servicios de la Iglesia ortodoxa contienen muchos emotivos pasajes de lamentaciones sobre la “creación corrupta”, así como expresiones de júbilo, tales como que Cristo, por su Resurrección, “ha realzado a la creación corrupta”. ¿Cómo puede Dios ver esta lamentable condición de la creación y decir que esto era “muy bueno”?



Y de nuevo, leemos en el texto Sagrado del Génesis: “Después dijo Dios: ‘He aquí que Yo os doy toda planta portadora de semilla sobre la superficie de toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto de árbol con semilla, para que os sirvan de alimento. Y a todos los animales de la tierra, y a todas las aves del cielo, y a todo lo que se mueve sobre la tierra, que tiene en sí aliento de vida, les doy para alimento toda hierba verde’. Y así fue” (Génesis 1:29-30). ¿Por qué, si los animales se devoraban unos a otros antes de la caída, como dices, Dios les dio, incluso “a todos los animales de la tierra, y a todas las aves del cielo, y a todo lo que se mueve sobre la tierra” (muchos de los cuales son ahora estrictamente carnívoros) solo la “hierba verde” por alimento? Sólo después de la transgresión de Adán dijo Dios a Noé: “Todo lo que se mueve y tiene vida, os servirá de alimento. Como ya la hierba verde, así os lo entrego todo” (Génesis 9:3). ¿No sientes aquí la presencia de un misterio que hasta ahora se te ha escapado porque insistes en interpretar el sagrado texto del Génesis por medio de la moderna filosofía evolutiva, que no admitirá que los animales podían haber sido de una naturaleza diferente a la que poseen hoy?



¡Pero los santos padres enseñan claramente que los animales (así como el hombre) eran diferentes antes de la transgresión de Adán! Así, San Juan Crisóstomo escribe: “Las palabras del Génesis prueban que en el principio el hombre tenía sobre los animales el imperio absoluto. Y en efecto, Dios lo dijo: “y domine sobre los peces del mar, y las aves del cielo, sobre las bestias domésticas, y sobre toda la tierra y todo reptil que se mueve sobre la tierra” (Génesis 1:26-27). Pero, puesto que hoy en día los animales feroces nos asustan, y los tememos, estamos, pues, caídos de este imperio; lo confieso. Y sin embargo esta decadencia no prueba nada contra las promesas divinas. Pues no era así al principio. Eran los animales los que temían al hombre, que los reducía, y que respetaban su autoridad. Pero cuando, por su desobediencia, perdió la gracia y la amistad de su Dios, vio debilitarse y decrecer su poder sobre los animales. La escritura nos los muestra, al principio, sometidos al hombre, pues nos dice: “Formados, pues, de la tierra todos los animales del campo y todas las aves del cielo, los hizo el Señor Dios desfilar ante el hombre para ver cómo los llamaba, y para que el nombre de todos los seres vivientes fuese aquel que les pusiera el hombre” (Génesis 2:19). Ahora bien, Adán no huyó a su vista, ni a su aproximación; y les dio a cada uno un nombre propio y particular, así como un amo nombra a sus esclavos. Añade la escritura: “Para que el nombre de todos los seres vivientes fuese aquel que les pusiera el hombre”. Pero, ¿no es este un gran acto de autoridad? Y Dios se lo reservó como testimonio de su poder y de su dignidad.

Esta sola prueba bastaría para mostrar que al principio, el hombre no se asustaba de los animales. Pero puedo aportar una segunda más convincente aún. ¿Y cuál? La conversación de la mujer con la serpiente. Así, si el hombre hubiese temido ante los animales, no veríamos a Eva esperar la aproximación de la serpiente, recibir sus consejos, y entrar en conversación con ella. Pero por su aspecto, hubiese huido temerosa y asustada. Sin embargo ella le habló sin temor, pues entonces no lo dudaba” (Homilías sobre el Génesis IX, 4).



¿No está claro que San Juan Crisóstomo lee la primera parte del texto del Génesis “como está escrito”, como un relato histórico del estado del hombre y la creación antes de la transgresión de Adán, cuando el hombre y los animales eran diferente a lo que son ahora?



De forma similar, San Juan Damasceno nos relata que “en aquel tiempo la tierra producía por sí misma para uso de los animales que estaban sujetos al hombre, y no había ni lluvias violentas sobre la tierra ni tormentas invernales. Pero tras la caída, “cuando se le compara con las bestias sin sentido y llegó a ser como una de ellas”… entonces la creación sujeta a él se alzó contra su gobernante designado por el Creador” (Exposición sobre la fe ortodoxa, Libro II, cap. 10).



Quizá objetarás que en el mismo lugar San Juan Damasceno también dice, hablando de la creación de los animales: “Todo era para el uso adecuado del hombre. De los animales, algunos le servían como alimento, como los ciervos, las ovejas, las gacelas, etc.” Pero debes leer el pasaje en su contexto, pues al final de este parágrafo leemos (al igual que has señalado que Dios creó al hombre macho y hembra conociendo de antemano la transgresión de Adán): “Dios sabía todas las cosas antes de que sucedieran y vio que el hombre en su libertad caería y se entregaría a la corrupción; sin embargo, para el uso adecuado del hombre, hizo todas las cosas que están en el cielo y en la tierra y en el agua”.



No ves por las Sagradas Escrituras y los santos padres que Dios creó las criaturas para que pudieran ser útiles para el hombre, incluso en su estado caído, sino que los creó ya corruptos, y no ves que no estaban corrompidos hasta que Adán pecó.



Pero volvamos ahora al santo padre que habla muy explícitamente sobre la incorrupción de la creación antes de la desobediencia de Adán: San Gregorio el Sinaita. Es un santo padre de gran profunda vida espiritual y solidez teológica, que alcanzó la altura de la visión divina. En la Filocalía escribe: “La creación existente actualmente no fue creada originalmente corruptible, sino que cayó después en la corrupción… El que renueva y santifica a Adán ha renovado también la creación, pero ya no la ha liberado de su corrupción”.



Más adelante, el mismo padre nos da notables detalles sobre el estado de la creación (en particular, el paraíso) antes de la transgresión de Adán: “El Edén es un lugar en el que estaba plantado por Dios toda clase de plantas fragantes. No es ni completamente incorruptible, ni enteramente corruptible. Situado entre la corrupción y la incorrupción, es siempre abundante en frutos y flores, tanto maduras como inmaduras. Los árboles y las frutas se convierten en tierra fragante que no desprende ningún olor de corrupción, al igual que los árboles de este mundo. Esto es por la abundancia de la gracia de la santificación que constantemente es vertida sobre lo que existe” (Este pasaje se expresa en tiempo presente, porque el paraíso en el que Adán fue situado todavía existe, pero no es visible para nuestro sentido orgánico normal).



Las santas Escrituras nos enseñan que “Dios no es quien hizo la muerte” (Sabiduría 1:13); y San Juan Crisóstomo enseña que: “También, viendo que en el principio los animales le estaban sometidos, no podemos atribuir a otra causa más que a su pecado la debilidad y casi la ruina de este soberano dominio.” (Homilías sobre el Génesis XIV, 5). Y San Macario el Grande dice: “Adán fue dispuesto como el señor y rey de todas las criaturas… Pero tras su cautiverio, fue tomada en cautiverio con él la creación que le servía y se sometía a él, porque por medio de él la muerte reinó sobre toda alma…” (Homilía 11).



Las enseñanzas de los santos padres, si las aceptamos “como está escrito” y no intentamos reinterpretarlas por medio de nuestra sabiduría humana, nos hacen evidente que el estado de las criaturas antes de la transgresión de Adán era bastante diferente a su estado actual. No estoy intentando decirte que sé exactamente cuál era este estado; este estado entre corrupción e incorrupción es muy misterioso para nosotros, que vivimos enteramente en corrupción. Otro gran padre ortodoxo, San Simeón el Nuevo Teólogo, enseña que la ley de la naturaleza que conocemos es diferente de la ley de la naturaleza antes de la transgresión de Adán. Escribe: “Las palabras y mandatos de Dios se convierten en ley de la naturaleza. Por lo tanto, también el mandato de Dios, pronunciado por él como resultado de la desobediencia del primer Adán, esto es, el decreto sobre la muerte y la corrupción, se convirtieron en ley de la naturaleza, eterna e inalterable” (Homilía 38).



¿Qué “ley de la naturaleza” había antes de la transgresión de Adán, que nosotros, hombres pecadores, podamos definir? Ciertamente la ciencia natural, ligada enteramente a su observación del estado presente de la creación, no puede investigarla.



Entonces, ¿cómo podemos conocer algo de todo esto? Obviamente, porque Dios nos reveló algo de esto mediante la Sagrada Escritura. Pero también sabemos, por los escritos de San Gregorio el Sinaita (y otros escritos que citaré a continuación), que Dios ha revelado algo más que lo que está en las Escrituras. Y esto me lleva a otra pregunta muy importante planteada por la evolución.



Traducido por psaltir Nektario B. (P.A.B)

Fuente: del libro “Genesis and Early Man: The Orthodox Patristic Understanding” del padre hieromonje Seraphim Rose


http://cristoesortodoxo.com/2014/08/07/vision-ortodoxa-de-la-evolucion-parte-12/

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