Monday, July 27, 2015

La educación de los hijos es una gran obligación de los padres cristianos.


Pero la familia cristiana no es una iglesia sólo para los esposos, ella debe serlo también para los hijos. Ellos son el fruto natural del matrimonio, y los padres que no tienen hijos según la expresión de un teólogo, están algo así como ofendidos, aunque esto ocurre algunas veces por designios especiales de Dios. Por ello los padres deben desear hijos y hasta rezar por ello, como rezaron muchos justos; y cuando Dios brinda hijos, darles una educación cristiana.

La educación de los hijos es una gran obligación de los padres cristianos. El alma infantil es una "tarea rasa" y en suficiente un mero roce para que las huellas se impriman en ella para toda la vida. Es por ello, que la educación debe ser seria y completa. El hombre está formado de cuerpo y alma, una y otra fase del ser humano necesitan educación. El cristianismo no es enemigo de la salud. Por ello manda preocuparse por el cuerpo y desarrollar el organismo infantil, reforzarlo por todos los medios pasionales. Pero es aún más importante la educación del alma. En esto hay que educar la mente de la persona, su voluntad y sentimiento de tal manera que todas las fuerzas del alma estén encaminadas a todo lo bueno, lo enaltecido y lo hermoso. El obispo Teófano, el recluso, da hermosas enseñanzas con respecto a la educación de los hijos. Él dice: "En el niño, hay que formar la mente, el temperamento y la devoción. La inteligencia desarróllala sólo si puedes; y si no entrégala a la escuela o ten un maestro."

Es más necesario para ello la sensatez que la ciencia, para lo cual se estudia aun sin ciencia. El temperamento no se forma con otra cosa que no sea el propio buen modelo y el alejamiento del mal ejemplo de los extraños. Aún más necesaria es la devoción de los hijos. Las acciones piadosas las realizan todos por la gracia de Dios. Que el niño participe de las oraciones matinales y vespertinas, que esté en el templo con la mayor frecuencia posible y que comulgue por vuestra fe lo más a menudo posible, que siempre escuche sus conversaciones piadosas. Los padres deben hacer de su parte todo lo que permita al niño, cuando tenga plena conciencia, reconocer con mayor fuerza que es cristiano. La fe la oración, y el temor de Dios están por encima de cualquier adquisición. Hay que guiar a los niños en las costumbres decorosas en la palabra, en la vestimenta, en la postura, en el comportamiento delante de los otros. El decoro parece ser una cosa insignificante empero preocupa y altera al que no está acostumbrado a él. Hay que enseñarles también el arte, particularmente el canto, el dibujo, la música y otros. Ellos proporcionan un descanso agradable al espíritu y buen humor" (Obispo Teófano, "Ensayos de moral cristiana," pág. 481-483). Pero ¿quién en la familia debe ocuparse de esta educación? Esta responsabilidad descansa ante todo sobre el esposo. A él se dirigen las palabras del apóstol: "y vosotros, padres, no irritéis a vuestros hijos, al contrario, educadlos según la enseñanza y la doctrina del Señor" (Efesios 6,4).

El esposo es el primer miembro de la familia, por ello él debe dirigir la educación. A él deben recurrir ante cualquier explicación o incomprensión. Ante los ojos de los hijos él debe ser ejemplo de sabiduría, firmeza y amor. Él debe enseñarles y alentarlos hacia todo lo bueno. En caso de desobediencia debe hacerlos comprender y en casos extremos, castigarlos. Pero el castigo no debe ser expresión de cólera e irritabilidad, sino que debe ser percibido por los niños como una medida imprescindible de enmienda, como la otra cara del amor paterno. En tal relación los niños amarán a su padre, pero al mismo tiempo, lo respetarán y sentirán el así llamado temor filial.

Pero la educación es predominantemente cuestión de la madre. No en vano posee ella las cualidades morales que armonizan con la naturaleza de los niños y la hacen indispensable para ellos. La madre entiende instintivamente las necesidades del niño que aún no habla y apenas si es capaz de pensar. Si él llora, ella sola es capaz de calmarlo con su dulce y tierna voz, sólo ella puede explicarle al niño sus primeras impresiones infantiles. Lo que el maestro confía sólo a la memoria, la madre sabe expresarlo en el corazón; a lo que aquel sólo suscita fe, ella le infunde amor.

En este sentido, la madre tiene gran predominancia ante el padre. "La madre - según expresión de Smiles- crea de manera especial la atmósfera moral del hogar, esta atmósfera es a su vez alimento para la esencia moral de la persona, tal como la atmósfera física lo es para el cuerpo. Mientras el padre educa más con la ayuda de la autoridad y la razón, la madre logra el mismo resultado con el cariño y la ternura del corazón. El padre somete la voluntad del niño mayormente por medio del respeto hacia sí mismo, en cambio la madre dispone de esa voluntad con ayuda del amor. Por ello, muchas madres se niegan en vano a la educación y consideran la maternidad algo bajo y limitado. La maternidad es un alto servicio a la sociedad, a la patria y a toda la humanidad. El artista pinta en colores o esculpe en mármol una imagen maravillosa, una obra de arte singular. La madre puede moldear del niño la imagen de Dios, educar una personalidad clara, que sea orgullo y gloria de la humanidad. El científico, el pensador, el escritor enriquecen el mundo con nuevas y grandes ideas; la madre puede encarnar estas ideas en una persona viva, sus hijos. ¿Acaso no está en esto el orgullo y la gloria de la madre? En la antigua Roma había dos hermanos Gracos, jóvenes singulares: toda su corta, pero gloriosa vida lucharon y murieron para el bien de sus hermanos menores y oprimidos. Ambos debían su carácter noble a la cuidadosa educación de su madre. Siendo ellos ya adultos le ocurrió estar a la madre en compañía de ricas y renombradas mujeres romanas. Ellas se jactaban: quien con el lujo de sus vestidos, quien con la belleza de su rostro y porte, quien con costosos anillos, aros y collares; la madre de los Gracos llamó a sus hijos y señalándolos dijo: "He aquí mi orgullo, y al mismo tiempo orgullo del pueblo romano." Por esto madres como estas son el orgullo de los hijos y despiertan en ellos no sólo amor sino también veneración. Entre las obras de muchos poetas y escritores se encuentran las más exaltadas estrofas dedicadas a las madres. Leemos a Nekrasov:

"El Creador te dio desde los siglos

A ti el santo nombre madre

Tu deber es la descendencia del hombre

Con dolor y sufrimiento multiplicar

Tranquilidad, salud, fuerzas vitales

En ofrenda a la causa tú entregas

Y con un sentimiento tierno hasta la sepultura

Cumples las leyes maternales.

En el florecer de los años, cuando otras

giran en el torbellino de las preocupaciones,

Olvidando todos los consuelos terrenales

Delante de tu pequeño tú te sientas.

Tu mirada ora resplandece de alegría,

Ora se oscurece con una lágrima,

Y cuántas aflicciones, nadie sabe

Sufres tú en ocasiones."

He aquí otros versos dedicados a los padres:

"Padre y madre. Por todo el universo

No se pueden enunciar nombres tales

Que pudieran proclamar de manera más resonante,

más limpia, más profunda, más recóndita

Acerca del amor incorruptible

Que los nombres padre y madre."

(Grineoskaia, "Nombres caros").

Los himnos de los poetas a los padres demuestran que los esfuerzos de los mismos no desaparecen en vano, la semilla del bien, plantada sobre el suelo de los jóvenes corazones, trae abundantes y buenos frutos. Padres buenos, por lo general, tienen hijos igualmente buenos, tal como un buen árbol da buenos frutos. Pasamos a la imagen de los buenos hijos cristianos.


D.H.
Catecismo Ortodoxo

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